jueves, 18 de junio de 2009
Muerte en la selva
Fuente: Manologo.wordpress
Autor:Inigo Maneiro
Se me hace extraño comenzar este texto hablando de muerte cuando la Amazonía es el lugar más vivo que he conocido. Pero hoy es un día triste marcado por la muerte de nativos y policías en las revueltas indígenas que llevan casi 2 meses. Hoy amanecí con las llamadas de amigos diciéndome que Santiago Manuin, el mayor dirigente indígena del Alto Marañón y amigo íntimo desde que llegué hace 15 años, había muerto por las balas de la policía, ahora sé que se debate entre la vida y la muerte. Sabía que algún día eso podía ocurrir en alguien entregado a su pueblo en la defensa del territorio, en el combate contra los grupos terroristas y el narcotráfico y en la oposición al ingreso de petroleras y mineras en su tierra, no porque esté en contra del desarrollo, sino porque cree que éste va por el camino del respeto a la tierra y la naturaleza y a la participación real de los milenarios habitantes de las selvas.
Aunque lo sabía uno nunca se acostumbra a la muerte. El Alto Marañón es el territorio comprendido por los ríos Chiriaco, Cenepa, Marañón, Nieva y Santiago y en sus 30 mil km2 viven los pueblos Aguaruna y Huambisa, pertenecientes a la familia Jíbara. Pueblos guerreros, horizontales y organizados que han sabido mantener lo fundamental de su cultura. Santiago fue el primer aguaruna que conocí y con el que más viví y aprendí en mis 7 años de vida en el Alto Marañón. Con él viajamos por todos los ríos, vivimos en sus comunidades, conocí sus mitos y hasta estuvimos en España buscando dinero para los proyectos que desarrollábamos en la selva. En España se reunió con la reina Sofía que salió ‘impresionada por la categoría humana de este hombre’ y en España también hizo un diploma en derechos humanos en una universidad de los jesuitas. La muerte duele pero más duele el engaño y la mentira. En la prensa leo que detrás de estas revueltas indígenas está Humala, el narcotráfico y el complot internacional. Y todo eso es falso. Da igual quién esté en el Gobierno porque los nativos se van a seguir levantando si ven sus tierras en riesgo. Y fueron Santiago y las organizaciones nativas de los ríos, soy testigo de ello, quienes sacaron al MRTA del Alto Marañón y quienes limpiaron de cultivos de coca y amapola todas las comunidades, porque creen en otro tipo de desarrollo y porque no querían que se repitiese la terrible experiencia de los Asháninkas con Sendero. Y el Gobierno no hizo nada. A pesar de ser una zona permanentemente olvidada por el Estado, pocas veces he visto tanto orgullo por ser peruanos Por eso también, el Gobierno no es valiente ni tiene visión de su país porque no es capaz de darse cuenta que la gran riqueza del Perú es su diversidad: diversidad de climas, naturalezas, lenguas, pueblos e historias. Y en un país tan diverso como éste hacen falta estrategias diferentes para negociar, para entender los problemas de sierra, costa y selva y buscar soluciones entre todos a los mismos. La Amazonía siempre ha sido el patio trasero de los gobiernos del Perú. Los peores índices en salud y educación se encuentran en la selva, pero me sorprendía siempre el estilo de los jíbaros que con un orgullo enormemente humano decían, ‘nosotros no pertenecemos a la extrema pobreza porque tenemos nuestra selva’. Los nativos saben que sólo se piensa en ellos cuando se trata de recursos de interés para otros: petróleo, maderas, gas o minerales. Y que todas las leyes y decretos emanados por un Congreso mediocre y de visión centralista jamás han considerado una participación real de los pobladores de la selva. Me quedo con la vida que llena la selva y su gente. Me quedo con Santiago que siempre me decía ‘Kumu, nosotros hemos resistido al inca y al español y vamos a resistir lo que sea, porque esta tierra es nuestra’. No por exclusividad al otro sino por compromiso real con el Perú.
Iñigo Maneiro Labayen CE 279245
¿QUIÉN ES ÍÑIGO MANEIRO?
Íñigo Maneiro comenzó hace casi catorce años una aventura que le marcaría para siempre. Y es que vivir siete años en una comunidad de jíbaros en plena selva de Perú cala hondo. Lo que comenzó como un viaje con fecha de caducidad de dos años, al final se prolongó y se convirtió en una de las experiencias más maravillosas de las que ha disfrutado este donostiarra. «La selva es lo mejor que me ha tocado vivir, a parte del nacimiento de mi hija Nua, hace tres años», desvela. Ahora reside en Lima, pero los recuerdos de aquella época están muy presentes.
Íñigo recaló en la selva peruana a través del proyecto de una ONG vasca que estaba lanzando iniciativas de desarrollo en Perú. «Querían un ingeniero agrónomo y me animé», relata. Así que empezó a vivir en una comunidad de jíbaros. «Trabajábamos en cultivos tropicales, crianza de animales menores y en la titulación de tierras, para hacer que éstas fueran legalmente de los nativos. Fue una época fascinante», explica. «Recuerdo los viajes por los ríos, he visto hasta tres arco iris a la vez totalmente redondos, el cielo inmensamente rojo, me han contado historias en las que se mezclan realidad, mitos y ficción…», rememora. Toda una vida. «La selva te engulle en su ritmo. Me acostumbré muy rápido a estar sin teléfono ni comodidades», confiesa.
Cambio de airesA pesar de los imborrables recuerdos que atesora este donostiarra en su memoria, lo cierto es que en una ocasión vio la muerte muy cerca. Tanto, que casi no lo cuenta. «Me tuvieron que sacar de allí a toda prisa porque casi me muero. Pillé la malaria, una neumonía y fiebres tifoideas. Todo a la vez». Por fortuna, se recuperó. Y ésa no fue la única experiencia dura que le tocó vivir en esos parajes. «También me mordió una cría de caimán, que tenía los colmillos como cuchillas, y me atravesó dos dedos de la mano», recuerda. Un dolor intenso.
Durante sus siete años en la selva conoció a la que hoy es su esposa, María Luisa, una periodista que compartió con él sus tres últimos años en la tribu. Hasta que, en un momento dado, la pareja decidió que era hora de cambiar de aires y que su ciclo en la selva había terminado. Se trasladaron a Huanchaco, un pueblecito de la costa peruana en el que montaron un bar y durante un tiempo llevaron una vida tranquila. «Vivíamos al día», revela Íñigo.
Pero el futuro de la pareja dio de nuevo un giro radical cuando, un año después de asentarse en Huanchaco, a María Luisa le ofrecieron un empleo en Lima. No pudieron resistirse y aceptaron. Se fueron a la capital del país.
Tiempo después de su llegada a Lima, él consiguió un empleo como diseñador de actividades para una cadena de hoteles, trabajo que le apasiona. Y ahí continúa. «Proyecto excursiones como descensos en canoa por ríos, rutas en el desierto…». Un trabajo muy imaginativo y aventurero. Como él.
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