Por: Toto de Romaña
La señora caminando hacia una residencial donde se podría asumir reside con su hija, o quizá nieta. Pastito bien mantenido, árboles. Un detallista podría hacer notar las rejas negras para cuidar el pasto, los cables en el primer plano, y el día soleado. No hay mucho más que decir.
Un skater, por otro lado, te diría que en esta foto hay mucho más. Hay una vereda sin huecos para entrar con velocidad a la plazuela, dos graditas para saltar, un basurero que se podría intentar brincar, una banca que con un poquito de cera se presta para “reliar”, unas mini pirámides de las cuales se podría eyectar, bloques de pasto que se pueden volar, y alguna que otra ventana de donde potencialmente podría arrojar un baldazo de agua (en el mejor de los casos) alguna señora inconforme. En esta foto hay un paraíso para quien lo sabe apreciar. Un skater se podría pasar días, meses y hasta años enteros tratando cosas nuevas y logrando metas en este sitio. Un futuro campeón podría surgir gracias a esas dos graditas, banquito y rampitas.
Para un skater, cada baranda ofrece innumerables opciones de trucos; cada grada un salto diferente. Es así que cada esquina metropolitana ofrece una posibilidad, y es así que un skater rueda por el mundo, buscando progresar y mejorarse en lo que a él lo llena de vida.
La vida se puede ver de muchas formas. La perspectiva de cada ser humano es distinta y es por eso que existe la diversidad –una cualidad que nos permite desarrollarnos, motivarnos, mejorarnos, y que le agrega gracia a la vida, pues la uniformidad y monotonía son las condiciones principales para el aburrimiento y la disconformidad. Valoremos la diversidad, y mantengamos los ojos abiertos porque en la próxima esquina quizá ya no serán solo dos graditas, sino diez.
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