lunes, 4 de mayo de 2009

LA DELGADA LÍNEA ROJA (UN HOMENAJE A RODRIGO BONIFAZ)


Por Gabriel Larco

Casi 15 años han pasado y me embarga la misma emoción. 15 años desde aquel momento en que vi, en el  auditorio del club Terrazas, a un precoz Rodrigo Bonifaz corriendo olas increíbles en El Paso. 15 años hasta este 2004, en el que la función de estreno de una película de Dunkelvolk cierra sus memorables imágenes con un mensaje que nos emociona hasta el borde de las lagrimas y nos escarapela el cuerpo a todos los que lo conocimos: “Te esperamos Rodrigo”.

 

Comenzó a surfear a los... ¿cuántos?… ¿12 años?... Yo ya lo había ubicado de antes: un rubiecito canchero y con cara de palomilla que, aunque más bajo que el resto de los de su grupo, ya los manejaba a su antojo. No con fuerza sino con maña. Nos enfrentamos de inmediato y no en una serie de algún interescolar de surf –por suerte yo era mayor y estaba en otra categoría– sino en una mesa de ping pong del club Regatas. Él ganó esa única vez y no sin burla, y como yo aún creía que lo mío era el surfing profesional, le resté importancia al asunto. ¡Nos vemos en el agua! –pensé–. ¡Quién diría que seria más rápido de lo que esperaba!

 

Apareció un día en La Pampilla. En ese entonces: “¡La Pampilla!”. Donde las generaciones nuevas pasaban la totalidad de sus tardes, de sus fines de semana y de sus veranos, sacándole el jugo al mar. Mal alimentados, con olas sin tubo y canchita grasosa, pero felices por el ambiente de competencia y camaradería reinante. Nos llamó la atención a todos los del grupo, no solo por su apariencia de “pollo remojado”, sino por su equipo: una tabla gigantesca de un rojo-naranja candente (una Croteau que perteneció a Max de la Rosa) y un wetsuit Long John más parecido al overol de Daniel el Travieso que a un traje de neopreno, y que a esa edad bien pudo crear un trauma y retirar del deporte –¡y de por vida!– a cualquiera. Y no por frío, porque las bromas en esa difícil etapa son tan intensas que podrían haberlo calentado y enrojecido más que el color de su tabla. No a él. No a un predestinado que estaba para proezas mayúsculas y para dar que hablar dentro y fuera del agua.

 

Lo conocíamos de Barranco y lo acercamos inmediatamente al grupo. Pero de forma intermitente, porque además tenia otros tutores más capaces, importantes e influyentes: los hermanos de la Rosa Toro (Magoo y Max), quienes como agradecimiento al papá de Rodrigo por unas asesorías, ofrecieron guiarlo en el mundo del surfing. ¡Y cómo lo hicieron!

 

Al comienzo uno siente pena por el compañero más débil y le brinda apoyo incondicional. Luego ese sentimiento se transforma en burla por la confianza que se le tiene. Cuando comienza a surgir la envidia, es que el joven definitivamente está realizando más que progresos y, lo más probable, es que hasta te esté superando. Cuando la envidia se convierte en admiración, no solo estamos frente a un ejemplo de superación deportiva, sino ante un gran tipo, y en eso, más que en un demente que dropeaba olas gigantes y se introducía en cavernas liquidas, es en lo que se transformó Rodrigo para todos los de mi generación, varias anteriores y  muchas de las posteriores.

 

Y nos fue superando a todos. Porque cuando para nosotros La Herradura era campo minado y se corría únicamente en los días nobles, él no solo debutaba con menos horas de vuelo que cualquiera, sino que además en los días inmensos. Recuerdo verlo en un maretazo –desde mi perspectiva de niño mimado, recién salido de casa peinadito y con colonia Johnson, como quien va a la matinee luego de correr El Triangulo– paseándose por el malecón y el estacionamiento de La Herra con el wetsuit aún puesto. Con el “uniforme de trabajo” empapado del agua contaminada más gloriosa del mundo y con esa sonrisa de oreja a oreja propia de un poseso. Comiéndose únicamente un paquete de galletas, no como premio a su atrevimiento, sino como dosis de energía para la segunda entrada. ¡Planeando la segunda sesión a una edad y durante una crecida en la que muchos cuando al salir tocábamos la arena –o las piedras del Samoa– agradecíamos por el solo hecho de estar aún con vida!.

 

Pero Rodrigo no corría para la platea, corría para sí mismo. Y por eso, con o sin testigos, siempre se adelantó al  grupo. Con lo de estar en un equipo (Surfers Alliance, Wayo Whilar, y luego Billabong y Milton Whilar), con lo de aparecer en revistas y videos (“Habitué” en las páginas de Tablista y actor fetiche de las producciones de Javier Meneses y los Video Makers), con lo de estar en una selección de surf  (infaltable desde 1992 hasta 1995), con lo de tener un quiver de tablas Guns (su primera Gun fue un mondadientes 6’0’’), con lo de los viajes en busca de olas perfectas (obsesivo por conocer Hawaii y su aura mágica), y, sobre todo, con el reto de domar las rompientes más agresivas y poderosas.

 

Siempre un paso adelante, una playa adelante. Porque cuando tu ya dominabas El Triángulo, él se encontraba en La Herradura de todo tamaño. Porque cuando nos aventurábamos al sur y Punta Hermosa era donde se forjaban las reputaciones, el rumor de que un chibolo de 14 años retaba El Paso en una sólida crecida sur, solo pudo ser eclipsado por las imágenes que de la misma sesión fueron proyectadas en video en El Terrazas. Entonces, cuando todos como una manada de borregos quisimos seguirle “El Paso”, él ya estaba retando al Peñascal e intercambiando olas con Magoo, Maki, Max, Titi o consigo mismo. Pero también surfeando con sus patas de siempre: con el negro Boris, con Pedro Pablo, con el Chino Luiggi, con la Paya Parodi, con su primo Gianfranco, con el Cabezón Morales… Y después, Pico Alto. Y luego, Pipeline y Waimea también. Porque prefirió Hawai y su salvaje encanto cuando todos ahora preferimos Indonesia y su exótica perfección, y ya hasta allá si fue imposible seguirle, y menos enfrentarle, por lo menos para varios con necesidades de adrenalina y stamina limitadas como yo.

 

En cuanto a estilo, mezcla de Gary Elkerton con Tom Carroll y algo de Mark Healey y hasta de Bruce Irons quizás –la forma casual de poner la mano con la muñeca doblada dentro del tubo y los huevos para dropear verticalmente hacia el centro de la tierra–; un sumario de surfing moderno aunque no muy piruetero. De carving sólido, pero sobretodo, de predilección por el tubo en todas sus presentaciones, tamaños, formas y colores. Podía ganarte un campeonato “Duany” en La Pampilla (no solo en su categoría sino en la Superserie), o participar en los nacionales y hasta mundiales (Lacanau 1992 y Huntington 1996), o dejarte boquiabierto en cualquier competencia de olas enanas y churretonas, pero eso a él no le importaba: su alma estaba diseñada para las emociones fuertes. Para las más intensas.

 

Como los invitacionales de Pico Alto, en los que a pesar de su corta edad siempre era boleta fija en la lista de participantes. Destacó, dentro de un selecto grupo de “tamañeros”, en el de 1993 y en el de 1995, pero principalmente en el de 1996. Ese 29 de mayo se dio una de las crecidas más grandes de los últimos 40 años, produciendo que en olas de casi siete metros algunos de los tablistas –entre ellos el gran Bonifaz– sean rescatados en helicóptero luego de soportar el infierno de las temibles barredoras. Y aunque durante su época todavía no se había realizado ningún invitacional para salvar La Herradura, pues su única amenaza eran los “pericotes” que te asaltaban camino al point, algunos nos acordamos que ganó un campeonato, que por el engreimiento del oleaje, se tuvo que realizar en las campanas frente al edificio Las Gaviotas. ¡Merecido premio para uno de los hijos predilectos de la gran playa chorrillana!.

 

¡Ahhhhh... Su romance con La Herradura!. Con 5’6 pies, con 6’0 pies, con 7’0 pies, con lo que tuviera a mano se las tiraba desde el point y no paraba hasta la tercera o cuarta inclusive. Perfeccionando en cada braveza la forma de mejorar el “backside tuberiding”. Prendido de la tabla, semi echado, soportando un derrumbe de agua sobre su cabeza y espalda –sobre su terquedad de principiante– en un comienzo, hasta llegar a hacerlo sin siquiera agarrar el riel y patentar la famosa “estoleada” del que sabe lo que hace y lo hace con estilo. Con lengua afuera y dedos índices levantados para los amigos, a los que veía pasar remando por la tercera desde el ojo verde, y que hoy tratan de imitar todos los tablistas más pintados y elegantes.

 

Imágenes de las formas más innovadoras de meterse al tubo de espaldas bombardean mi cabeza. Como en Explosivos, Santa Rosa (como olvidar ese pigdog suicida luego de ser lanceado por el Faraón Zazzali durante un campeonato en un día tresmetrero) o en Cabo Blanco, cuando pocos lo corrían y muchos menos aprovechaban el tubo agarrando riel. ¡Mucho ojo con la época y sus personajes! Con un Kelly Slater más conocido por su aparición en Baywatch que por los “escasos” dos títulos mundiales que recién llevaba sobre su cabeza aún peluda, y sin los Irons Bros que redefinieran las formas de aprovechar el tubo backside.

 

Porque además le gustaba viajar y buscar olas perfectas y agresivas, y no solo lejos de Lima sino cerca también. Enfermizo de las campanas de Punta Negra, Villa y Conchán, con una intensa adicción a olas exigentes como La Ensenada o la Caleta del Muerto, donde protagonizó una sesión de antología con Titi de Col. Pero, ante todo, era un enamorado de las escapadas a Chicama, Pacasmayo, San Gallán, Cerro Azul, Órganos, etc. Algunas veces con las mayores de las comodidades y goyerías por pertenecer a los “teams” del momento y viajar con la élite, pero muchas más “a la guerrera”, que era como en realidad más disfrutaba. Con sus patas, con los que se jodía de alma en buena onda, con los que lo trataban de “Chuchuy” o de “Cuarto de pollo”.

 

Así era Rodrigo, admirado por sus cualidades surfísticas pero más que nada por su simpatía y su sencillez. Sin grupitos ni discriminaciones, sin pose, sin finta. Parando con los conocidos y con los no tan conocidos. Con él importaba el tipo de olas que corrías y no la forma ni el estilo en el que lo hacías. No discriminaba entre correr parado y correr echado; solo sobre correr olas buenas y malas. Adorado por gente de todas las generaciones y segmentos. Por los picoalteros, los campeonateros, los pampilleros, los undergrounds, los aprendices, los veteranos, los bodyboarders, los longboarders, los skaters, sus patas de barranco, sus patas de la playa, sus patas de la selección, sus patas del Regatas, sus patas del Carmelitas, sus patas de la universidad. ¡Por las chicas!, quienes aún no sabían nada de una rubiecita de Punta Hermosa que ya daría luego que hablar y que por ese entonces no tenían mayor interés por el surfing que el de conocer a algún tablista pintón y simpático. ¡Y claro! Rodrigo –al igual que en cualquier tubo– también encajaba perfectamente, y con gran estilo, dentro de tan exigentes condiciones.

 

A menudo nos acordamos de los que nos dejaron para siempre y nos perdemos de quienes aún están entre nosotros. No debemos olvidar a quienes alguna vez nos dieron tanto y que hoy necesitan de nuestra fuerza. Porque aunque físicamente hoy “Chuchuy” no esté en el agua, su espíritu y su influencia están en todos lados. En la concentración de Gabriel Villarán en la titánica sesión del Cacho Toro. En la grandeza “davidiana” de Toto de Romaña para hacer destacar sus 5’8 “ pies de altura entre montañas de agua de 15 pies en un “goliático” Puerto Escondido. Junto al corazón de Renzo Zazzali para tentar un cutback suicida en Pico Alto de 8 metros, o susurrándole los secretos de Pipeline a Javier Swayne para que encuentre el tubazo que se trajo de su primera incursión por Hawaii. En la tenacidad de los bodyboarders para buscar siempre una “joya verde-esmeralda” entre la arenosa turbulencia de Explosivos y San Pedro. O con Flavio Carporali y Guillermo Arce, para contagiarlos con su terquedad y decirles que luego de Waimea aún quedan retos mayores como Jaws. Al lado de cada drop en el que Palermo afeita con sus quillas a la peluda del point de la Herradura. En la necedad de Coco Fernández y cía. para optar por Conchán cuando el forecast y la prudencia sugieren La Isla. En la traviesa precocidad de Cristóbal de Col para encapsularse y jugar a las escondidas frente al reef de Cabo Blanco. En el desenfado irreverente de Carlos Mario Zapata para darle la espalda a las izquierdas de Rocky Point “double overhead”. O contigo ayer, o con usted mañana, o conmigo hoy, en un ventoso y frió día de olas mediocres en la Costa Verde. Demostrándonos a todos que el camino ya fue abierto, que eso que te parecía una quimera puede ser surfeable, que esa serie te puede asustar pero no ahogar, que tu tamaño y tu edad no te limitan sino te “agrandan”, que lo que no mata engorda –la ilusión y el deseo de superarte–, y que, por sobre todas las cosas, el surfing es vida y que el aprovecharlo en todas sus formas y momentos es tu deber. Para que en algo haya valido su sacrificio… Te esperamos siempre Rodrigo.

5 comentarios:

  1. Gracias Gabriel!
    Rodrigo SIEMPRE HA ESTADO Y ESTARA CON NOSOTROS!
    tu lo has dicho, no discriminaba y por eso TODOS lo admiramos!
    Aloha Rodri! Mahalo por todo!

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  2. Muy linda descripcion de la personalidad de este "chico tan grande",
    gracias por publicarla, porque las madres de los tablistas siempre tratan de educarlos mejor, no solo como tablistas sino como personas completas y este es un gran ejemplo a seguir.
    Rodrigo intercede por nuestros hijos siempre , dentro y fuera del mar.
    Gracias.

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  3. Tuve la suerte de conocer a Rodrigo un día antes del accidente ! Y luego me mostro atravez de sus amigos y su familia quein era. Pienso en él todos los días y la “conversada a la orilla de Sunset Beach”! Aloha allí te veo de nuevo ; algún día Rodrigo. ����

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